Los guardará en el interior del bolsillo más recio que tengan sus vaqueros y le pondrá contraseña. Después se quitará el cerebro a jirones, para no recordar la llave de su sacrificio.
Quemará los restos con gasolina y reirá angustiado el chiste que le supone cada chispa, cada centella.
Y danzará alrededor del fuego. Una danza macabra como cualquier otra, sin representación mayor que la de su locura innata y a la vez producida.
Y luego dirá que no fue nada, que siempre fue así.
Hará un estandarte con sus pantalones y formará un imperio de frustraciones.
Al final, se lo comerá con patatas. Para que le joda al intestino.
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