Nuestros corazones, en cambio, son nuestro punto más débil.
Estocada tras estocada, en el duelo se busca marcar ese rincón.
Hábiles movimientos de ataque, sutiles esquivas y defensas.
En un duelo, en el que el alma es el dueño de la espada,
cabe creer que tu credo, tu palabra, tiene que ser más afilada
que la de tu oponente, y desquebrajar su latente mirada.
Tu corazón ante sus ojos, y el suyo ante los tuyos.
El fin último: desnudar vuestras intenciones.
Las más puras ganarán.
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