Anexo '10 (7)

Los hombres crecen para forjar leyendas.

sábado, 16 de enero de 2010

Inversa.

La nieve arreció, lento, en aquella rocosa costa del norte. Los acantilados colindantes cerraban una playa blanca por un manto de nieve que coloreaba de yermo el lugar. Las rocas eran negras, cenizas, al igual que el mar, bravío, a tu espalda. Al fondo de tu gris figura, se divisa una galera, de 10 cañones, de esas que parten a las tierras del hielo. Tú en cambio, has huido de ella. Ahora, tus ropas están empapadas, heladas. Al igual que tu ser.

Tras los aplausos, se inicia la actuación en aquel voluptuoso estadio de óperas. La pianista viste de negro, en contraste a su largo blanco cabello...

Cabello que se mece agitado por el viento de pleamar, acompañado de los golpes de las olas contra las rocas en la lejanía. No se escucha el romper, todo es silencio a tu alrededor, donde los copos de nieve no son más que una ralentización del tiempo. Tiempo que cesó para tí hace años, hace una vida. Tan solo mueves la mano, y observas como uno de esos copos caen entre tus dedos. En la palma, observas el estigma de tu vida, aquello que te llevó a ser lo que eres. La cicatriz de un mundo olvidado. Una herida prohibida.

… se inicia la sonata con un silencio sepulcral de un público sin rostro. Solo el piano y el mundo, creando la melodía del alma. Ella es tan solo una tecla más...

Al fondo, el mar estalla en mil fragmentos de vieja madera mojada y salada. La galera se reduce a una columna de humo y cenizas, y el olor inmaculado del océano perece unos segundos. El mar se agita aún más, encolerizado, enfadado con aquel acto. El agua llega a la playa en calma. A tus pies descalzos. Bajas la mano. El rostro. Tu blanco hilos de plata lo cubre, esconde su verdadero pasado, el de unos ojos artificiales y falsos. Caes, finalmente, arrodillada en la arena nevada. Sucumbes.

… nota tras nota, la belleza de la composición solo se podría comparar al de un coro de ángeles. Allegro, el punto álgido. La velocidad de los dedos atentan con la llegada de un no invitado a la obra. Una lágrima...

Tu rostro se hunde junto a la nieve. Mas sonríes, de lado. Observas como el tiempo para, y aún así la nieve no cesa. Entierro. Caes en el olvido. En la más oscuro y tenebroso suicidio del alma. Y mueres, mueres de nuevo. Tus alas se marchitan en el manto blanco, frente al mar.

… y termina la actuación, se pone el telón. Ríos de sangre sellan el fin de aquellos fantasmas del pasado, mientras unas manos muertas reposan con el teclado ensangrentado.

- Silencio. -



Pero permíteme despertar. Un hilo más... y ya está. Desaté tus ojos, para que contemplases tu nueva venida. Sobre tu cabeza, la tierra. A tus pies, las nubes. ¿Quién te ha sentenciado a la vida más cruenta? Déjate caer, no perteneces a ese sarcófago erecto. Cae de tu cruz de frío mármol, bañada en nieve... y arrástrate en el nuevo mundo que te espera. Pues yo arrancaré esa lanza que llevas por corazón. Extinguiré el veneno que a tu piel ensució. Te devolveré la pureza, te traeré a los ojos de un universo que te espera.

Porque aún eres lo suficientemente fuerte como para cruzar el más amplio océano...

Te acaricio una vez más el rostro, yermo y vacío. Repaso con mis dedos cada una de tus aciagas heridas; tus ojos, tus labios, tu pecho, tus estigmas. Vierto mi voluntad en tu leve movimiento, en desgarrarte de la capa de helada pulcritud que te envuelve. Te alzo de entre los mundos inversos, te hago ver el mundo que no existe. Y te haré mía, y de nadie más.

Y solo entonces...
-... solo entonces... -

...podrás despertar.

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